Cada gobierno define su agenda y políticas públicas capaces de conducir al país al objetivo que comprometió ante quienes lo eligieron. La hoja de ruta que planteó el Presidente Sebastián Piñera al país en las últimas elecciones consiguió un amplio respaldo al interpretar y representar los anhelos y sueños de la mayoría de los chilenos: crear más y mejores empleos, elevar a Chile a la calidad de país desarrollado durante esta década, derrotar la extrema pobreza en los próximos 4 años y la pobreza hacia 2018, y lograr que los beneficios de este desarrollo lleguen equitativamente a todos los hogares.
De un modo u otro, probablemente con énfasis y tonos diferentes, una amplia mayoría de chilenos comparte el diagnóstico de que para conseguirlo en un plazo razonable, el ritmo al que avanzamos en la última década debía acelerarse significativamente. Pero en los últimos años la productividad de la economía nacional cayó sostenidamente. Perdimos la capacidad de crecer y de crear empleo vigorosamente. El primer compromiso de nuestra agenda es revertir esta situación, y estamos destinando todos nuestros esfuerzos a conseguirlo.
¿Por qué queremos ser un país desarrollado? Porque ello significa mayores oportunidades para resolver los problemas reales de la gente; más y mejor educación, salud y viviendas; así como también la posibilidad de acceder a más y mejores empleos, con mejores salarios. Es por eso que necesitamos avanzar decididamente hacia el desarrollo.
En los primeros meses de Gobierno hemos demostrado una forma distinta de hacer las cosas, una urgencia por alcanzar las metas y un espíritu de unidad que busca que nuestros logros sean los de todos, sin distinción. La adhesión ciudadana al objetivo y el consenso respecto del rumbo que debemos seguir nos compromete. La necesidad del cambio es transversal a muchos y variados aspectos de nuestro quehacer cotidiano.
Afrontamos uno de los terremotos –y posterior maremoto- más grandes de la historia. Junto con abordar la emergencia ciudadana, empezamos de inmediato a reconstruir el país. En estos meses no sólo hemos trabajado para reconstruir lo dañado, sino también para que lo que levantemos sea mejor que lo perdido. Los chilenos que más sufrieron se lo merecen. Ello ha demandado un enorme esfuerzo para nuestras finanzas públicas, el cual hemos ido afrontando decidida y responsablemente, con un adecuado manejo de los equilibrios macroeconómicos y una agenda legislativa que ha convocado a amplias mayorías.
Llevamos cinco meses de crecimiento sostenido en torno al 7%. Esto significa que hay más y mejores empleos, más y mayores oportunidades para todos los chilenos, en especial para los más necesitados y para la gran clase media de nuestro país. Esto se ha traducido ya en la creación de más de 200.000 empleos en menos de 6 meses, de los cuales cerca de 130 mil han sido para mujeres.
La tarea es inmensa: debemos canalizar y orientar ese crecimiento para encaminarnos hacia la senda del progreso, en la ruta que nos permita derrotar la indigencia en 2014 y sentar las bases del desarrollo en 2018. Sólo así cada chilena y chileno se beneficiará de este progreso. Esa es nuestra meta, y es también nuestro gran desafío. Lo hemos dicho y lo reiteramos: las cifras no son suficientes si no cristalizan en un país mejor que abra las puertas a los sueños de todos.
Estamos ciertos que nadie se puede restar a ese esfuerzo. En estos días los chilenos dimos un ejemplo al mundo de lo que somos capaces cuando hacemos bien las cosas, unidos bajo un mismo objetivo. El rescate de los 33 mineros en Copiapó se logró no sólo gracias a un temple, audacia y valentía admirables, sino también con un trabajo bien organizado, tareas asignadas y un liderazgo a todo prueba, en las profundidades de la tierra y en la superficie.
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